Robert y el negocio de las cabras

Ir a otros lugares para estar tiempos, desde meses a años, permite conocer que hay otras personas, culturas, situaciones… las cuales a veces son profunda, diametralmente diferentes a nuestras.

Otros son las mismas con matizaciones, y bastantes absolutamente iguales.

Nos ayuda a entender el sentido o mejor sin sentido de las fronteras, el valor de la muy imperfecta e injusta democracia del primer mundo, el peso pesado de las religiones, la pobreza de ellos o nuestra…

Hace que fortalecemos nuestras convicciones más íntimas verso la igualdad de oportunidades, de género, de opinión… del hecho de disfrutar de la libertad, aunque sea en minúsculas.

Ayuda a qué cuando estamos, si realmente queremos ser-, no tan sólo estar, transmitimos nuestra manera de ser, de funcionar, de pensar… no de una manera intrusiva, sino simplemente descriptiva, porque ellos, si quieren, cojan o hagan el que mejor los parezca de aquello nuestro, de nosotros.

También al retorno, valoramos al alta o baja el que tenemos, el que nos posibilita a reajustarnos en la realidad del mundo; reflexionamos respecto a nuestras ideas, las propias y las que la sociedad donde somos nos ha imbuido y todo reunido nos hace ser como somos; permite ponderar los desajustos, verso unos de muy mayores que hay en el mundo; nos permite reafirmarnos en nuestras peculiaridades, que no son diferencias…

Sí, todo esto es bueno y positivo por cada cual de nosotros y de la sociedad donde somos, la del barrio, municipio… y la global, pero no todo es así. Esta es la visión positiva del movimiento humano verso otros realidades.

Este desplazamiento, ahora en nuestro primer mundo, otro tema muy distinto seria si hablara del penetrante tercer mundo, está en muchos casos disfrazados de aprendizaje de lenguas; de proyección profesional, de perfeccionamiento de conocimientos; de estudios maravillosos y profundos, que nunca has sido capaz de comenzar ni imaginar aquí; de busca de unos recursos que existen, pero tan sólo son operativos con mentes claras y asociativas….; inclús se puede llegar a escuchar, que es para encontrarse con un mismo…

Años atrás se le decía emigración (todos somos nietos, hijos o familiares) y le daban un sentido triste, negativo, valorándose como una pérdida de capital humano, en aquellos momentos generalmente de mano de obra poco o nada cualificada, que, aparte de reducir un brutal paro estructural, modificaba a veces irreversiblemente las estructuras rurales y permitía entradas de divisas, de dinero con valor, en una economía malograda en fondo y forma, por unos regímenes absolutamente asquerosos, que aparte del que hicieron, no dejaron desarrollarse a las personas, en un país.

Ahora permitimos que un importante número de personas, otro golpe jóvenes con unos estudios, formación y salud a altos niveles, marchen a otros países del mundo para trabajar, para producir, para hacer y ser el que aquí no pueden, y lo dejamos hacer… con cara de falsa satisfacción, porque queremos ver tan sólo el de positivo que este viaje tiene, pero no queremos admitir, que ellos con su esfuerzo, su lejanía, su enyor de ahora, están produciendo unos réditos del trabajo, que se quedarán fuera, a pesar de que esta calificación se ha pagado entre todos en el país. Tan sólo un reducido número de los mismos, va y vuelve, habiendo aprendido contenidos con alto valor añadido para hacer en nuestra sociedad.

Hay que abrirnos en el mundo, para ir y venir, para coger y dar, para integrarnos e integrar, para #ver y vivir… pero sobre todo empleamos el sentido común en las decisiones que afectan personas hoy y a la sociedad mañana.

Se está haciendo el negocio de en Robert de las cabras, que cambiaba dos de blancas por una de negra, que tenía mejor aceptación en el mercado y por lo tanto más valor económico momentáneo… hasta que se quedó sin rebaño y se arruinó.

Si pagamos para formar, pedimos esfuerzo para hacerlo y al fin dejamos que todo este valor marche, que se pierda… nos arruinaremos… ahora, ellos/ellas un poco ya lo están sufriendo, mañana todos.